jueves, junio 21, 2007

La noche que el tango dejó de ser triste


No tengo la suerte de ver seguido a mi tío, pero cuando nos vemos el encuentro es inmediato. Tal vez porque comparto sus opiniones o porque siempre tenemos algún tópico estimulante sobre el cual conversar. Cada vez que nos vemos concluyo en que nuestras reuniones son esporádicas pero cualitativas.


Mi tío es milonguero y vive en el exterior hace muchos años ya, pero visita su ciudad natal cada vez que puede. El domingo pasado terminamos saliendo solos por varias razones, y me dejé llevar por sus intereses para sumergirme en la ciudad de la furia y descubrirla de otro modo. Caminamos por las calles nocturnas de Buenos Aires cruzando la 9 de Julio más de una vez para recorrer la mayor cantidad de milongas posibles.


Nunca imaginé que el tango tuviera tantas aristas, tantos matices, tantos adeptos… jóvenes, adultos, viejos, gordos, flacos, orientales, norteamericanos, europeos, adolescentes… desconocidos conociéndose en la pista. Y allí estaba mi tío, respondiendo mis preguntas en una mesa redondita al borde de la pista, mientras observaba a las potenciales compañeras de baile.


La música tiende a escurrirse por los parlantes logrando juntar muchas parejas dispuestas a enredar y desenredar pasos, hasta que la cumparcita suena anunciando el fin de la velada. Las luces casi nunca son muy pronunciadas (no sé si porque dan real ambientación al lugar o porque deben disimular el desgaste del inmueble).


Los hombres tienen que mirar a las mujeres y esperar a que alguna no esquive la mirada, esa es la señal más alentadora, pues a partir de allí, el hombre cabecea, se acerca, y la invita a bailar. El código milonguero es inagotable, eso lo dejo para el próximo capítulo. Lo que sí puedo decir es que hay costumbres muy viejas que perduran, así como también el contenido de las tandas musicales.


Están los que van solos o en pareja, y por lo general se sientan en un lugar específico que demuestra su nivel de predisposición al baile. Están los pitucos, los informales que van en zapatillas, los que se engominan al mejor estilo Gardel y los que se ponen desodorante en el cuello para conquistar a sus compañeras.


Mi tío bailó en todas las milongas visitadas esa noche. Su rostro irradiaba felicidad y concentración al mismo tiempo, mientras yo esquivaba miradas masculinas y escribía mis pareceres en una servilleta que tomé de la Confitería Ideal.


La cumparcita ya comenzó a sonar de fondo, pero no sé exactamente qué se detonó en mí esa noche bizarra. Fue como un exprimidísimo resumen o un breve adelanto. Tal vez sea sólo un vistazo a un mundo al cual atiné a asomarme como mera observadora de la mano de un familiar muy querido, o quizás represente un maravilloso umbral optimista, porque esa noche el tango dejó de ser triste para convertirse en algo más.


miércoles, junio 20, 2007

Mis primeras acuarelas "aceptables"


La primera representaría un campo de amapolas y la segunda es la copia de una foto de un casa antigua en las afueras de Moscú (que hoy es un museo)

sábado, junio 09, 2007

Nota recomendada del día

http://www.lanacion.com.ar/915735

Supongo que debo dirigirme a vos, mi querido amigo Max D, porque sos el único que deja huellas en este espacio. Bueno, la nota no dice nada nuevo, pero está tan bien escrita... que ¡vale la pena!
Creo que en breve le cambiaré el nombre al blog, porque es una cualidad interesante esto de ser "unidireccional y unireceptivo", con la exclusividad y el honor de tenerte como único lector... Es como viajar en sentidos diferentes pero siempre dar con un mismo destino, que por cierto no resulta ser monótono gracias al aporte de tus comentarios siempre variados.