viernes, junio 11, 2010

Una sana costumbre

Vivió en la Argentina la mayor parte de su vida en el seno de una familia que aun mantenía y veneraba las costumbres de su lugar de origen. Al igual que muchas de las familias que se asentaron en este país luego de los conocidos conflictos bélicos del viejo mundo, sus abuelos fueron empujados a tomar la decisión de partir para sobrevivir y encontrar un nuevo horizonte.

Paradójicamente ahora ha vuelto a la tierra de sus antepasados donde vive hace más de 20 años forjando una realidad muy diferente. O tal vez no tanto.

Hace un rato ya que está con la pala en la mano y cada paleada lo lleva a recordar su infancia al borde de la Panamericana, en aquella casa de apariencia inacabada donde su vida estaba volcada al aire libre. Las calles sin asfaltar y las parcelas deshabitadas constituían los baldíos y los espacios ideales para los encuentros barriales dedicados al fulbito.

Allí armaban los equipos al tún tún y se disponían al juego sin antes cumplir con una tradición que ninguno de los jóvenes jugadores comprendía y menos aún, cuestionaba:

_ ¿Aureri? Preguntaba uno.

_ ¡Diez! Gritaban todos al unísono.


¿Qué significaba eso? ¿Era un apellido?

Muchas veces más de uno se preguntó quién diablos era Aureri, por qué nunca daba la cara y por qué siempre todos preguntaban por él. Además no se entendía por qué respondían diez con tanta seguridad cuando todos sabían perfectamente que en el campo de juego eran once representantes de cada lado.

Pasaron los goles y los años, y si bien la efervescencia de aquellos encuentros deportivos aplacó la curiosidad, la inquietud quedaría latente en el tintero de la memoria.

Una paleada más y una sonrisa nostálgica dieron por terminado el perímetro de la canchita. Ahora los pibes del barrio, incluyendo sus dos hijos, podrán dejar que las computadoras descansen un rato, vestir con orgullo las camisetas de Messi, Kaká o Rooney y salir a improvisar gambetas.

Hay que reconocer que los ingleses inventaron deportes maravillosos y el fútbol es uno de ellos. La historia suele dar respuesta a casi todo y es así como años más tarde se enteraría de que esa costumbre sagrada, provenía justamente de tierras británicas:

_ Are you ready? Preguntaba un pibe inglés.

_ Yes! Gritaban los del equipo contrario.


Kilómetros más allá o más acá, años antes o después, el deporte sigue siendo el mismo y continúa con la labor de unir pibes. Se puede salir a jugar a la pelota en un potrero de tierra dura o correr en una cancha de césped esponjoso y ambos lugares tienen la capacidad de generar la misma pasión.

Miró el bosque tupido de fondo y comparó el aire helado que sentía en la cara con la humedad bonaerense de su niñez. Terminó de poner los postes de los arcos hechos de troncos de abedules y se imaginó inaugurando uno de ellos con un golcito de chilena.

Su legado ya era un hecho. Aureri había cruzado el océano una vez más para estar presente en otra canchita y recordarles a todos lo más importante que tiene esta sana costumbre: jugar.

Yo nunca jugué al fútbol pero creo que me hubiese encantado hacerlo. Sólo espero que Aureri haya sacado pasaje para ir a Sudáfrica para que todos seamos testigos de las sanas costumbres y de un gran espectáculo.

jueves, junio 10, 2010

Postales mundialistas hogareñas

A sólo horas del comienzo del mundial, sentí que tenía que hacer algo con la emoción y la expectativa que tengo encima.

Ojalá podamos poner la bandera en alto...

...y llenarnos la cara de sonrisas.

Ojalá podamos disfrutar del juego bien acompañados...


...y ser testigos del corazón y la garra que somos capaces de tener.




jueves, junio 03, 2010

Los intocables

Nunca voy a comer al lugar ese especializado en comida chatarra, pero como todos saben, nunca hay que decir nunca.
Cargamos la beba en el auto con mi amiga y salimos. Para nuestra sorpresa, en la playa de estacionamiento no entraba ni siquiera un monopatín. Inclusive había autos cruzados invadiendo las sendas peatonales internas de la playa.
Lo lógico sería pensar que si había tantos autos era porque adentro seguramente no habría ni un banquito libre para sentarse a comer una milimétrica papa frita, pero curiosamente, cuando nos asomamos desde la ventanilla, divisamos varias mesas vacías. ¿Cómo es posible? Después de mucho vueltear sobre ruedas como aquella vez en ese lugar tan lejano, me topé con un auto que justo se iba. Estacionamos, entramos y pedimos un combo fuera de lo común: hamburguesas de pollo y explicaciones.
_ Es que acá estacionan los empleados municipales. A veces no piden nada y otras sólo un café, cruzan a la muni y dejan el auto acá hasta las 13 hs, me cuenta la cajera.
_ Y nosotros los clientes tenemos que lidiar con la avivada de los empleados a quienes nadie, evidentemente, les dice nada? Noooo señor, quiero el libro de quejas, por favor.
La escena me sirvió para comprender que además de la comida poco saludable, tengo una excusa más para no volver, ahora si nunca más, a ese lugar. También me sirvió para descargar mi bronca del momento en un libro de quejas que seguramente servirá de combustible al fuego que dará paso a un delicioso asado que preprará un grupito de empleados avivados. Todo esto me recuerda a las broncas que acumulé cuando era empleada municipal y era testigo de esa odiosa actitud intocable que irradian quienes trabajan en o para el gobierno. Por algo renuncié.