Cartas desteñidas, papeles de caramelos, entradas al cine, al teatro o a los recitales de nuestra adolescencia. Tarjetas arrugadas, recortes amarillentos, cintas deterioradas, dijes, colgantes, anillos, amuletos, hebillas o monedas. Notitas breves de tintas deslucidas. Flores secas de mustios colores. Moños que solían ser despampanantes. Retratos simplemente inolvidables…
Nadie podría comprender la combinación de cosas que se depositan intencionalmente en esos <
Recurrimos a ese rincón por inercia cuando la voz interior nos llama desde los escombros. Rememoramos lo que sea, dándole un sentido a la nostalgia y al recuerdo añorado. Pero nunca nos detenemos en el nombre que merece este refugio individual al cual confiamos partes de nuestro tesoro y que es capaz de resguardar esos hechos fugaces inmortalizados y resumidos en un, aparentemente, llano papelucho avejentado.
Exploremos. El término cofre hace referencia a una especie de caja para guardar cualquier cosa. La palabra baúl, por su parte, significa arca y a su vez es sinónimo de maleta o valija. Nótese que tiene el ingrediente viajero como agregado esencial.
Caja, en cambio, merece mayor consideración por su vasta extensión de usos. Es un recipiente de madera, metal o cartón. Puede ser un mueble donde se guarda dinero. Aquí es necesario hacer un paréntesis para distinguir lo valioso como contenido. De todas formas no deja de ser una pieza, un hueco, un sitio, y muchas otras cosas que oscilan entre las partes de un instrumento musical y las cavidades del oído medio.
Tomemos prestado entonces, un poco de cada cosa. El cofre es aplicable por su connotación universal, mientras que el baúl es interesante por su cualidad migratoria. Pero la caja es totalmente aceptable, ya que posee la capacidad de envolver lo valioso.
Definamos pues, ese espacio de secretos compactos que nos inspiran a través del rito de la visita esporádica y la inminente contemplación de los recuerdos. ¿Caja propia? ¿Cofre íntimo? ¿Baúl recordatorio? ¿Receptáculo personal? Démosle una etiqueta propia. ¿Acaso no lo merece?
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