Colonia de Sacramento nos esperaba. Aún tenía bien fresca la impresión que me dejó mi tío tanguero después de haberla visitado.
Nuestra idea era recorrerla a pie empujando el cochecito de la bebé y así lo hicimos.
Los callejones plagados de casitas lograron encantarnos de inmediato con sus viejas piedras y sus santa ritas coloridas. La cerámica blanca y azul y los azulejos añosos sobresalen armónicamente junto a los macetones de diversos tamaños que escoltan las puertas de las casas y posadas.
Llegamos a la conclusión de que los guías turísticos innatos del lugar son los perros. Así como San Isidro es de los gatos, Colonia de Sacramento le pertenece definitivamente a los perros. Motos y autos los esquivan, demostrando el respeto que se han ganado. Los vimos haciendo guardia en los murallones históricos o simplemente echados al sol durante la siesta. Algunos inclusive, nos acompañaron varios metros entreteniendo a nuestra hijita mientras trataba de imitar torpemente el sonido de un ladrido.
La idea de hacer un viaje por dos noches con una nena de un año no nos parecía mala, pero hay que reconocer que aun nos tiemblan las muñecas gracias al mismo efecto coctelero que debe haber sentido ella en todo su cuerpo gracias a los adoquines, escalones y callejuelas antiguas empedradas.
El clima no acompañó mucho, pero por suerte no llovió. En algunos momentos llegué a confundir el Río de la Plata con el Nahuel Huapi y además reconocí el mismo viento helado soplándome en la cara. En un paréntesis admito que extraño muchas cosas de Bariloche, pero tengo que admitir que el viento no es una de ellas.
Nunca había estado en Uruguay. Me sentí muy a gusto, como en mi casa. Vi pelotas de River y Boca vendiéndose en la calle y pude usar pesos argentinos en todos lados. Me subí a un taxi donde se oía una radio argentina de fondo y vi mucha gente adicta al mate, más adicta que en Buenos Aires, eso seguro. En la tele se ven más canales argentinos que uruguayos, pero a pesar de todo eso, uno no deja de sentir ese cosquilleo adrenalínico que indica que está en otro país.
A los porteños sin bebés les aconsejo visitarla y les aseguro que con un día y medio alcanza. A los que tienen bebés les aconsejo viajar solos, contratar niñera o entrenar muñecas y bíceps, además de la ponderada y siempre vigente paciencia.
Nuestra idea era recorrerla a pie empujando el cochecito de la bebé y así lo hicimos.
Los callejones plagados de casitas lograron encantarnos de inmediato con sus viejas piedras y sus santa ritas coloridas. La cerámica blanca y azul y los azulejos añosos sobresalen armónicamente junto a los macetones de diversos tamaños que escoltan las puertas de las casas y posadas.
Llegamos a la conclusión de que los guías turísticos innatos del lugar son los perros. Así como San Isidro es de los gatos, Colonia de Sacramento le pertenece definitivamente a los perros. Motos y autos los esquivan, demostrando el respeto que se han ganado. Los vimos haciendo guardia en los murallones históricos o simplemente echados al sol durante la siesta. Algunos inclusive, nos acompañaron varios metros entreteniendo a nuestra hijita mientras trataba de imitar torpemente el sonido de un ladrido.
La idea de hacer un viaje por dos noches con una nena de un año no nos parecía mala, pero hay que reconocer que aun nos tiemblan las muñecas gracias al mismo efecto coctelero que debe haber sentido ella en todo su cuerpo gracias a los adoquines, escalones y callejuelas antiguas empedradas.
El clima no acompañó mucho, pero por suerte no llovió. En algunos momentos llegué a confundir el Río de la Plata con el Nahuel Huapi y además reconocí el mismo viento helado soplándome en la cara. En un paréntesis admito que extraño muchas cosas de Bariloche, pero tengo que admitir que el viento no es una de ellas.
Nunca había estado en Uruguay. Me sentí muy a gusto, como en mi casa. Vi pelotas de River y Boca vendiéndose en la calle y pude usar pesos argentinos en todos lados. Me subí a un taxi donde se oía una radio argentina de fondo y vi mucha gente adicta al mate, más adicta que en Buenos Aires, eso seguro. En la tele se ven más canales argentinos que uruguayos, pero a pesar de todo eso, uno no deja de sentir ese cosquilleo adrenalínico que indica que está en otro país.
A los porteños sin bebés les aconsejo visitarla y les aseguro que con un día y medio alcanza. A los que tienen bebés les aconsejo viajar solos, contratar niñera o entrenar muñecas y bíceps, además de la ponderada y siempre vigente paciencia.
8 comentarios:
Kira!
Qué linda crónica de viaje! Diferente a tantísimas que se han escrito sobre Colonia. Hay que andar con un coche de bebé ej? jajajaja.
Suelo ir y me encanta. Mi hermana tiene una chacra por ahi. Bella, bella.
Adoro Colonia y sus Santas Ritas pegadas a las paredes antiguas.
Me llama la atención lo despacio que circulan los vehículos. Siempre te ceden el paso. No hay semáforos. Los que andan ligero son argentinos. Que pena comprobarlo.
Atardeceres de ensueño. Dicen que uno de los más lindos del mundo! Será asi?
Un abrazo.
Tendría que haber puesto sus Santa Rita en singular?
Ni idea.
Ana: Yo tuve la misma duda.
Chacra en Colonia? Nos dijeron que había muchos argentinos con propiedades allí. No me sorprende, porque está cerquísima de la capital y es precioso.
Si. A 5 km, para el lado del caño. 5 hectáreas. Muy bonito para ese lado. Encontrás viñedos, muchos eucaliptus, huertas. Pequeñas chacras. Cerquita de la barranca del rio. Ni te la imaginas...! Llena de enredaderas, flores, arena, juncos. Muy diferente a la otra orilla. Otra vez, lamentable...
Ella protesta porque las liebres le comen las plantas que se empecina en plantar una y otra vez. Y yo le digo No te quejes, ellas estaban antes que vos. ja ja
Besote.
Qué lindo elmodo en que relatás el paseo. Es un lugar maravilloso.
Me imagino lo que debe haber sido empujar el cochecito sobre el empedrado (las ruedas quedaron cuadradas??)
Ya irán cuando la nena sea más grande y será más fácil, seguramente.
Lindas fotos.
Un abrazo grandote.
La riqueza cultural de Colonia es enorme. Sus calles , sus casas, pero tambien el espiritu de tranquilidad que sobrevuela la ciudad. Todo hace del lugar un hermoso sitio para vivir. Una tarde subi a un colectivo y ya en la parada una señora me saludo y me dio charla, al subir al bus note que cada uno que subia saludaba al chofer, y en algunos casos este sabia sus nombres. Camine tanto...que hasta quise quedarme...
F.F.S: Diste en la tecla con la tranquilidad y la simpatía de la gente. Me hizo acordar a mi queridísima San Martín de los Andes cuando yo era chica.
Y con mochila porta bebés?
Publicar un comentario