miércoles, agosto 02, 2006

Odisea sobre ruedas por las calles de Moscú

Respetando mi faceta previsora, repasé detenidamente los nombres de las avenidas principales y entrené mi memoria visual una semana antes de la llegada de mis amigas “las mellizas”, para poder cortar con el cordón paterno dependiente y aventurarme con el Niva por el laberinto moscovita. Sus calles ondulantes, sus ríos viajeros y sus bosques de abedules, sólo pueden compararse con las impresionantes reliquias que podrían poner a prueba la capacidad de asombro de cualquiera.

En Moscú todo es grande. Sus plazas, sus avenidas, sus veredas, sus edificios, su gente, sus árboles, sus aguas, sus trenes, sus proyectos, sus zares, su historia, sus ladrillos, sus inviernos, sus conflictos, su pasado y sus visiones. Interpretar este modo de vida, parecería ser algo lejano, algo radicalmente ajeno a nosotros.

Sin embargo, el ingrediente de una sociedad fuerte, sufrida y genuina, nos acerca más de lo que creemos. Todo lo que sabemos se relaciona directamente con películas como Rocky, con los atentados en manos de terroristas chechenos, con submarinos nucleares, con el comunismo y con el presidente de apellido gracioso que da una imagen demasiado fría para nuestra idiosincrasia latina.

Tal vez por eso, un hecho común y corriente puede convertirse en odisea. Nuestra percepción de las cosas influyó directamente en lo vivido, dándole un matiz de extrema adrenalina. Todo comenzó cuando nos dispusimos a recorrer la ciudad las tres solas a bordo del clásico rodado ruso. La mayoría de los turistas que visitan ese país, viajan de la mano de grandes agencias que contratan tours completos, previendo los servicios más minuciosos. Esto es totalmente comprensible, ya que la barrera idiomática no es un tema menor, sobre todo teniendo en cuenta que el idioma inglés no posee presencia estelar.

Compramos dos mapas, uno en inglés y otro en ruso, pero contrariamente a lo que suponíamos, el mapa en claro y legible cirílico fue más útil a la hora de buscar direcciones. La única que más o menos entendía el idioma era la que trataba de domar el discreto vehículo. Y la verdad es que no me sentía con la coordinación y la habilidad suficientes como para descifrar los tediosos nombres viales y paralelamente, entrenar mis bíceps con semejante volante. Por lo tanto, en un acto desafiante, las mellizas se dispusieron a buscar asociación entre el jeroglífico del papel y los largos enigmas escritos sobre las esquinas de las paredes de los edificios.

Así llegamos a la Tretiakovskaya Galería, a la Plaza Roja, y al novedoso y cálido restaurante Iolky Palky, uno de los tantos establecimientos dedicados a la gastronomía nacional que conforman una cadena en ese país, algo así como la versión rusa del Mc Donald´s, donde en lugar de haber payasos de pelo rojizo y enrulado con una sonrisa forzada en el rostro, hay osos embalsamados que definen el espíritu del lugar. Después de tomar kvac y comer katletis, decidimos continuar con el tour improvisado apropiándonos de una actitud más relajada y superada.

Sedientas de superficialidad occidental, nos vimos tentadas a parar en un parque de diversiones, cegadas por las luces y los juegos. Nos trepamos con el entusiasmo de tres nenas a una rueda que nos sacudió con turbulencia de pies a cabeza y luego de un par de fotos y paseos, encaramos el regreso a Rakitki (versión rusa de un barrio cerrado en las afueras de la gran ciudad museo donde vive mi padre).

La noche ya había desplegado sus mantos oscuros sobre la colorida Moscú. Los nombres de las calles, las señales de tránsito y los puntos de referencia representaban un nudo gigante que dejaba relucir nuestra faceta más torpe. Las risas que intentaban disfrazar nuestros nervios acabaron por apagarse, al igual que las cúpulas doradas que prevalecen en la ciudad con cierta ayuda del sol. Nada aterrador había pasado aun. Las tres nos sentíamos, aparentemente, seguras.

Dicen que todos los caminos conducen a Roma y análogamente, en Moscú, todas las avenidas dan a un anillo gigante que envuelve la gran ciudad. Justamente allí es donde teníamos que llegar. Ese era nuestro objetivo, nuestro target indiscutido, siempre y cuando nuestra intención fuese llegar a la casa, claro. Pero por alguna extraña razón, el mapa indicaba que nos dirigíamos en sentido contrario.

De pronto las callecitas comenzaron a teñirse de negro, los autos entraban a sus respectivas madrigueras y la gente comenzaba a disiparse por las anchas veredas. Hombres y mujeres se hundían por las escaleras para atravesar las lujosas estaciones de subte. Autos, camiones y tranvías se esquivaban unos a otros, entrando y saliendo raudamente de las gigantes rotondas. Desembocamos en una arteria muy pintoresca por cierto, pero definitivamente desacertada. Varios de los puentes que atravesamos, oscurecieron aun más el panorama.

El tiempo pasaba rápido y las bocacalles también, así que en un acto desesperante, giré en “u” cometiendo mi primera y última violación de tránsito (en Moscú, claro está). No habían pasado ni dos segundos y medio cuando una sirena alteró nuestro pulso y nos iluminó inmediatamente las caras. Parecíamos Curly, Larry y Moe en plena escena de pánico. Ahí nomás nos detuvimos y esperamos que uno de los cuatro policías que iban amontonados en el lata móvil se acerque a nosotras.

El joven policía preguntó muy amablemente sobre nuestro destino y exigió una explicación sobre la osada maniobra. Mientras tanto las chicas sacaban sus pasaportes, dni´s, pasajes, facturas, tickets, papelitos de caramelo y/o cualquier otro rectángulo de celulosa que pudiese probar nuestra condición de turistas. Pero nada de eso hizo falta. El muchacho era simpático y nos observaba con acentuada curiosidad. Lucía su uniforme con autoridad sin abusar de su condición, y cuando intentamos encajarle el pilón de documentos se sonrió descartándolos con cierto grado de susto.

Desconozco si las altas horas de la noche le causaban pereza o si creía ciegamente en lo que estábamos diciendo. Debo admitir que con las caras que traíamos seguramente hubiésemos convencido hasta al policía más severo.

Lo saludamos cordialmente sin antes haber oído la explicación de cómo tomar el camino hacia el bendito anillo y nos fuimos sin coimas ni multas. ¡Un verdadero éxito el encuentro con la ley! ¿Quién hubiera dicho que en esos añosos puentes se escondían modernas cámaras?

Llegamos a la casa cerca de las 22hs. agotadas de tanto stress a bordo del Niva, con una cascada de palabras para contarle a mi padre, quien confesó haber estado un tanto preocupado durante nuestra ausencia. Pero debo confesar que fue como ganar una batalla, como atravesar los vericuetos de una odisea y salir invicta. En el fondo creo que las tres buscábamos tener una anécdota que inmortalice nuestra osadía, algún intrépido evento que merezca ser contado. Después de todo, convengamos que no es lo mismo salir a pasear por las calles (relativamente) familiares de cualquier ciudad argentina, que perderse en los recónditos y siempre inesperados pasadizos de Moscú.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no se manejar asi que no puedo contar experiencias parecidas cuando soy la que tiene el control del auto. Pero si tuve experiencias en ciudades y pueblos de Europa, donde, desde mi punto de vista de acompañante, viajar en auto es diferente que en Argentina. Hace unos 4 años hice un viaje en auto desde Paris hasta Roma con mi mamá y mi tío. La verdad que el tema del tránsito en general es más ordenado que acá y por supuesto, las autopistas y rutas son impecables. Claro está que los precios de los peajes son elevados, pero quien se queja, si a cambio tenés un servicio excelente. Mientras viajábamos por Francia no hubo ningún problema. Los carteles eran entendibles y los pueblos tenian nombres fáciles lo mismo que los carteles indicativos: sin saber una jota de francés se entendia si había peligro o algo asi. El tema fue al entrar a los países germánicos. En Alemania o Suiza, las rutas seguían siendo impecables pero los carteles inentendibles. Palabras de 15 letras o mas, pintadas de rojo en letras enormes, nos asustaban: no sabíamos si a pocos kilómetros la ruta se acababa abruptamente en un barranco o solo nos estaban dando la bienvenida al proximo pueblo.
En el mismo viaje, ya llegando a su fin, en Italia, me di cuenta porque aca en Argentina la gente conduce como lo hace. Bocinazos, ningún respeto por el peatón u otros conductores, gritos, silbidos. Motitos que se meten por todos lados. Un caos. Parecía cualquier avenida de Buenos Aires en la que parece una competencia por ver quién llega primero a la siguiente esquina.
Otra experiencia que tuve, es cuando viví un tiempo en España. Ahi, teniamos un auto medio viejo, grande, bastante ancho, no como los autitos modernos que son mas compactos. En esa época nos dedicábamos a andar por los pueblos Andaluces, todos medievales de mas de 700 años de antigüedad. Muy lindos, pero poco prácticos para visitarlos en auto. En una oportunidad decidimos pasar uno de ellos por el centro, entrando por la calle principal. Al principio todo bien, ningún cartel nos anunciaba nuestro destino... a medida que nos metíamos la calle se iba angostando mas y mas. Ya se terminará pensábamos. No había calles laterales por las cuales salir o eran para peatones. Al final la calle doblaba a 90º. Con nuestro auto imposible girar. No podiamos abrir las puertas para salir, la carroceria del auto casi tocaba las paredes de las casas. la unica manera, desandar el camino hacia atras, obvio que era una calle de un solo sentido. No se como hicimos pero logramos salir. Ya pensabamos que ibamos a tener que dejar el auto de recuerdo, claro con nosotros adentro porque ni salir de el podiamos.

Euphoria dijo...

Sea como sea, creo que ambas compartimos el hecho de que andar descubriendo sobre ruedas una nueva ciudad, con todo lo que ello significa, es un hecho imperdible!!!

MaxD dijo...

Qué historia! Al menos con final feliz... mirá si terminaban en Siberia! jaja
Independientemente de eso, me pregunto si alguna vez conoceré Moscú, estaría indicutiblemente en mi itinerario de viaje a Europa, si me alcanzan los $$$, claro.

Respecto a los encuentros con la ley, sin ir tan lejos, tuvimos los nuestros con los carabineros durante una prolongada estadía en Chile... así que imagino que entenderse en cirílico con un agente debe ser muuuy complicado. Al menos estuvo comprensivo... aunque seguramente si eran muchachos... "acompáñenme, por favor" (léase en ruso, je)

Euphoria dijo...

Jajajaja!!!! Si, nos miraba medio sorprendido, interesado, en fin!
Desde ya te aviso que si alguna vez desean ir, les ayudaré a través de mi padre en todo lo que pueda. No sería realmente divertido e interesante ir los 4 juntos???
Nos vemos!