viernes, febrero 20, 2009

Leed, mortales


Mi estado actual me tiene medio sensibilizada, es verdad, pero lo que me pasa cuando escucho o canto el himno nacional, es algo creciente e indescriptible. De todas formas, por medio de este acto desafiante, intentaré descifrarlo.
Mis años de maestra me han dejado una postal emotiva. Todavía recuerdo todas esas caritas ingenuas entonando estrofas con gran significado, inmersas en una realidad que tiene que ver más con el País de Nomeacuerdo o el Reino del Revés creados por la talentosa María Elena Walsh, que con los profundos valores que me infunde el himno nacional. Aun veo todos esos ojitos observando una bandera estática mientras pronuncian los ideales de una nación (tal vez sin siquiera pensar en ello) que lejos está de alinearse con ellos.
Lo escucho en la tele, en la radio, por la calle, donde sea, interpretado por deportistas ávidos de motivación o por un grupo de chicos que crean ecos agudos tras los paredones de algún colegio lejano del barrio. Cada vez que lo oigo se me pone la piel de gallina, se me eriza la nuca, me brotan las lágrimas. Supongo yo que será a causa del contraste espontáneo que se me presenta entre lo que me inspira y lo que me rodea.
Es como si fuera lo único e incorruptiblemente puro que quedó allí, olvidado, porque la entereza que carga quedó grabada en la repetición automática de la “noble igualdad” y no en su concreción propiamente dicha. Esto tal vez se mantenga así hasta que algún presidente de turno trate de llevar a cabo lo que los Les Luthiers idearon en uno de sus espectáculos cuando uno de ellos decide encarnar a un político que toma la decisión de cambiar las estrofas del himno nacional a gusto y piaccere, mezclándolo con la marcha de su partido…
Y justamente esa cualidad pura y olvidada la veo en todos esos niños que en las aulas escriben y leen sobre los símbolos nacionales y que en un futuro cercano se encontrarán indefectiblemente con una realidad celeste y blanca desteñida. No me malinterpreten, no digo que hacer un collage con la bandera esté mal, pero es muchísimo más importante el ejemplo de la lucha por una sociedad mejor.
Para mi se trata de un emblema nacional sumamente emotivo y empolvado, que se ve reducido (o altamente engrandecido e incomprendido) y que no posee el peso consciente de todo lo que debería inspirar. Es mi experiencia, sumamente subjetiva, íntima, propia, extremista tal vez.
Pienso en ello cada vez que lo escucho y no puedo evitar llorar. Me invade la tristeza mientras comprendo que cada vez estamos más lejos como sociedad de aquellas palabras que sólo cargan con la connotación del olvido y que poco ya tienen que ver con el hecho de vivir con gloria y eternizar los laureles que alguna vez, supuestamente, supimos conseguir.

3 comentarios:

MaxD dijo...

Me pongo de pie y te cito "el ejemplo de la lucha por una sociedad mejor". Eso es lo que necesitamos! Hasta la victoria siempre!

Tu relato me remitió a mis épocas de colegio y mi negación constante contra todo símbolo patrio, horriblemente cooptado por lo castrense. Al menos algo de eso fue cambiando en estos últimos 25 años de democracia y ese es otro logro del que podemos estar orgullosos. Espero nuestros pequeños en algún momento puedan cantar el himno y que se les hinche el pecho sin dolor.

Anónimo dijo...

no sos la única a la que se le pianta un lagrimón con el himno. No sé explicar lo que me pasa pero debe ser en buena parte lo que describís vos.
Besos
Chechu

Marina Judith Landau dijo...

Si siempre se me han caído lágrimas al escuchar y cantar el himno, ahora mucho más, estando lejos...
Te entiendo, cómo te entiendo!
Yo he dado clases siempre en zonas carenciadas, donde era muy difícil pensar en la noble igualdad.
Es algo que viene de lejos, y a la vez algo que tendría solución no sólo cuando un gobierno piense y actúe sensiblemente, sabiendo que gobierna para el pueblo y que es empleado de ese pueblo.
Creo que para que las cosas se solucionasen en muchos aspectos (el nivel la educación que cada vez es peor, por ejemplo)tendrían que cambiar muchas cosas, tanto en el estado como en la mentalidad y conciencia de la gente.
Aún así, sabemos que hay muchos que hacen desde el silencio, y aunque eso no alcance, da esperanzas y ganas de seguir adelante.
De todos modos, y a pesar de todo, cantar el himno y llorar, para mí tiene que ver con todo esto, y también con la felicidad de ser argentina y amar tantísimo a mi patria.
Uy, me entusiasmé y comenté acá, debería haberlo hecho el tu último post, sorry.
Un abrazote.