Vivió en la Argentina la mayor parte de su vida en el seno de una familia que aun mantenía y veneraba las costumbres de su lugar de origen. Al igual que muchas de las familias que se asentaron en este país luego de los conocidos conflictos bélicos del viejo mundo, sus abuelos fueron empujados a tomar la decisión de partir para sobrevivir y encontrar un nuevo horizonte.
Paradójicamente ahora ha vuelto a la tierra de sus antepasados donde vive hace más de 20 años forjando una realidad muy diferente. O tal vez no tanto.
Hace un rato ya que está con la pala en la mano y cada paleada lo lleva a recordar su infancia al borde de la Panamericana, en aquella casa de apariencia inacabada donde su vida estaba volcada al aire libre. Las calles sin asfaltar y las parcelas deshabitadas constituían los baldíos y los espacios ideales para los encuentros barriales dedicados al fulbito.
Allí armaban los equipos al tún tún y se disponían al juego sin antes cumplir con una tradición que ninguno de los jóvenes jugadores comprendía y menos aún, cuestionaba:
_ ¿
Aureri? Preguntaba uno.
_ ¡Diez! Gritaban todos al unísono.
¿Qué significaba eso? ¿Era un apellido?
Muchas veces más de uno se preguntó quién diablos era
Aureri, por qué nunca daba la cara y por qué siempre todos preguntaban por él. Además no se entendía por qué respondían diez con tanta seguridad cuando todos sabían perfectamente que en el campo de juego eran once representantes de cada lado.
Pasaron los goles y los años, y si bien la efervescencia de aquellos encuentros deportivos aplacó la curiosidad, la inquietud quedaría latente en el tintero de la memoria.
Una paleada más y una sonrisa nostálgica dieron por terminado el perímetro de la canchita. Ahora los pibes del barrio, incluyendo sus dos hijos, podrán dejar que las computadoras descansen un rato, vestir con orgullo las camisetas de Messi, Kaká o Rooney y salir a improvisar gambetas.
Hay que reconocer que los ingleses inventaron deportes maravillosos y el fútbol es uno de ellos. La historia suele dar respuesta a casi todo y es así como años más tarde se enteraría de que esa costumbre sagrada, provenía justamente de tierras británicas:
_
Are you ready? Preguntaba un pibe inglés.
_
Yes! Gritaban los del equipo contrario.
Kilómetros más allá o más acá, años antes o después, el deporte sigue siendo el mismo y continúa con la labor de unir pibes. Se puede salir a jugar a la pelota en un potrero de tierra dura o correr en una cancha de césped esponjoso y ambos lugares tienen la capacidad de generar la misma pasión.
Miró el bosque tupido de fondo y comparó el aire helado que sentía en la cara con la humedad bonaerense de su niñez. Terminó de poner los postes de los arcos hechos de troncos de abedules y se imaginó inaugurando uno de ellos con un golcito de chilena.
Su legado ya era un hecho. Aureri había cruzado el océano una vez más para estar presente en otra canchita y recordarles a todos lo más importante que tiene esta sana costumbre: jugar.
Yo nunca jugué al fútbol pero creo que me hubiese encantado hacerlo. Sólo espero que
Aureri haya sacado pasaje para ir a Sudáfrica para que todos seamos testigos de las sanas costumbres y de un gran espectáculo.